Seguimos con los microbios de nuestro tubo digestivo..




Bueno, seguimos con las enfermedades de componente inmunitario y con su relación con la microbiota intestinal. He comentado en los artículos anteriores las relaciones entre lo que ocurre en “la frontera” intestinal, particularmente en el colon y lo que se observa a distancia, en órganos como las mucosas respiratorias, pero una vez iniciado este tema, no me resisto a hablar de otra conexión importante (otra pieza del puzzle), y es que la microbiota intestinal puede desempeñar un papel importante en la conexión entre resistencia a la insulina y enfermedades mentales implicando, por tanto, a la dieta de forma directa. Hay alimentos especialmente implicados como la soja, la cúrcuma, el cacao, el té verde, el café, los arándanos, la granada y miel. Los polifenoles y otros fitoquímicos aislados dentro de estos alimentos también se han documentado por sus propiedades antidepresivas en modelos experimentales. Además, nutrientes específicos, tales como magnesio, zinc, vitamina C, ácido fólico, y vitamina B12, también se han conectado a la resistencia contra la depresión o mejoría en los síntomas depresivos. Por otro lado, la investigación muestra que el alto contenido de grasa o alto contenido de azúcar y los alimentos bajos en nutrientes de valor son comúnmente consumidos por las personas con depresión, ansiedad, y los altos niveles de angustia, lo que contribuye a la probabilidad de un microbioma pro-inflamatorio.


Alguno de mis lectores habituales pensarán qué tiene que ver la práctica deportiva y el rendimiento con las patologías graves que afectan, particularmente, al ser humano, como son las enfermedades mentales, sin embargo, la conexión es absoluta, como vamos a ver.


Una de las cosas que sabemos ahora es que la llamada inteligencia corporal cinética es clave para explicar muchas de las cosas que hemos observado en los laboratorios de fisiología del ejercicio trabajando con deportistas de élite. He comentado en otras ocasiones la enorme diferencia que hay entre los “supuestamente” expertos en ciencias del deporte que nunca han trabajado con deportistas de élite y los que lo han hecho. Hay muchas, muchísimas cosas que hemos aprendido de ellos y que no hemos podido comunicar ni trasmitir debido al desconocimiento de los factores específicos que les afectan a ellos. Una de las cosas que recuerdo, por ejemplo, es el caso de un piragüista español campeón del mundo que siempre nos puso en ridículo a los fisiólogos. Se trataba de un “competidor nato”, una persona que tenía cifras de consumo máximo de oxígeno y porcentajes suyos en el umbral, más bien vulgares, sin embargo, en competición se transformaba y ganaba a los que tenían mejores cualidades. No es que se superara ante la adversidad, es que se ponía en cifras de absorción de oxígeno que teóricamente no podía tener. Algo parecido nos ocurrió con ciclistas profesionales cuando instalamos los primeros pulsómetros y nos trajeron los datos de una vuelta a Francia. Recuerdo que no nos creíamos que hubieran estado en pulsaciones por encima de su teórico umbral anaerobio no solo minutos, sino decenas de minutos (en ocasiones hasta veinticinco o treinta minutos). Como resultado nos adaptamos a nuevos umbrales (algunos como el Dr Silvio Rubio, director del Centro de Medicina del Deporte del CSD, no terminó de creérselo). Nosotros estábamos acostumbrados a verlo en deportes de equipo, en donde algunos deportistas de venían abajo en competición debido a su incapacidad para soportarla; incluso lo he visto en fondistas, como Alberto Salazar, pero siempre había una justificación fisiológica. 


¿Qué ocurre con estos deportistas excepcionales?


Pues sencillamente, la respuesta está en el cerebro, en su diferente capacidad de enfrentar el dolor, el sufrimiento, la respuesta al estrés…. A este respecto, recordemos que todavía estamos los fisiólogos lidiando con el concepto de “fatiga central” y aún no sabemos con seguridad por qué los aminoácidos ramificados y demás manipulaciones dietéticas son tan efectivas en animales (caballos de carreras) para conseguir disminuir el paso de triptófano a serotonina no resultan igualmente eficaces “con rotundidad” en el deportista de fondo. En este sentido, recuerdo muy bien mi experiencia con el uso de inhibidores de la recaptación de la serotonina con una deportista olímpica que compitió en Pekín y que estaba, años antes, desahuciada y a punto de perder la beca ADO debido a la falta de rendimiento que le producía el uso de este medicamento causante de esa fatiga especial que sienten los que toman estos fármacos. 

Cuando pasa el tiempo vas completando las piezas del puzzle (hay que tener confianza en que uno llegue a tiempo de acabarlo, aunque sea en una parte suficientemente amplia antes de que se acabe la creación cerebral de “mi yo”). Pues bien, uno de los neuromoduladores más importantes, la serotonina, se produce en más de un 95% en el tracto gastrointestinal, en concreto en las células enterocromafines distribuidas a lo largo del epitelio intestinal, siendo el 5% restante sintetizado en neuronas serotoninérgicas, la mayor parte de las cuales se encuentran en el sistema nervioso central y, en menor medida, en el sistema nervioso entérico. Curioso, pero; ¿Cómo es que investigadores como Blomstrand pasaron por alto este concepto tan importante? ¿Cómo es que se empeñaron en que alterar el paso de triptófano a serotonina iba a tener efectos exclusivamente centrales?


Vamos a aprender algo de la relación intestino, dieta, mente. Los estudios actuales muestran que la barrera intestinal, normalmente muy selectiva, puede verse comprometida en situaciones como el estrés psicológico y el ejercicio exhaustivo, pero ¡ojo!, también con una dieta occidentalizada, plena de alimentos altos en grasa y azúcar, que generan un revestimiento intestinal más poroso, cuyas consecuencias incluyen el acceso sistemático a los antígenos de los alimentos, toxinas ambientales y los componentes estructurales de los microbios, tales como las endotoxinas (lipopolisacáridos (LPS)). Ahora se le habrá encendido la lucecita en el cerebro a algún lector y habrá visto una conexión, posible, entre la mejora de su rendimiento y el cambio a una dieta “paleo”. Efectivamente, cambiar la dieta, ajustar la microbiota y hacerla más “paleo”, enfrentar de forma más ancestral la lucha inmunitaria etc, afecta al rendimiento mental y físico del deportista.


¿Cómo podemos mejorar nuestra microbiota intestinal?


La investigación experimental ha demostrado que cuando los polifenoles dietéticos comunes son sometidos a la fermentación, los fitoquímicos de biotransformación recién formadas son más capaces de causar un cambio beneficioso en la estimulación del crecimiento microbiano. En este sentido, se ha descrito muy bien la conexión entre los productos lácteos fermentados y el crecimiento de microbios intestinales beneficiosos Por ejemplo, los isomalto-oligosacáridos que se encuentran en alimentos tradicionales (por ejemplo, la miel, el sake, miso, y salsa de soja) han demostrado tanto en animales como en seres humanos, que tienen un efecto beneficioso en la promoción del crecimiento de bifidobacterias y lactobacilos. Así, cuando los investigadores hacen descubrimientos como el que señala que un Lactobacillus pentosus cepa derivada de la col fermentada (kimchi), puede mejorar la función mental y la producción de factor neurotrófico cerebral en animales, todo el mosaico adquiere mayor significado. 


Tomar alimentos fermentados y probióticos puede, por tanto:

-         Efectuar una protección directa de la barrera intestinal

-         Influir en el estado antioxidante local y sistémico y en la reducción de la peroxidación de los lípidos

-         Influir en la producción de neurotransmisor (serotonina) y promover una relación adecuada entre intestino y cerebro

-         Limitar la producción de citocinas inflamatorias

-         Modular factores neurotróficos (particularmente el factor neurotrófico cerebral)

-         Limitar la malabsorción de carbohidratos

-         Mejorar el estado nutricional a través de su relación con ácidos grasos omega3, minerales, fitoquímicos dietéticos etc

-         Reducir la carga de toxinas urémicas

-         Limitar patógenos gástricos o intestinales (por ejemplo, Helicobacter pylori )

-         Tener propiedades analgésicas.


¿Qué trato de trasmitir, entonces?


Pues que mientras no sepamos con rotundidad qué suplementos probióticos dar, en qué cantidad y para qué problema, debemos modificar la dieta en el sentido de aumentar la ingesta de alimentos fermentados. Algunos de ellos son el chucrut (col fermentada), kéfir y yogur (elaborado con leche) etc. Incluso existen páginas web en internet que nos enseñan a elaborar vegetales fermentados caseros




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