Una opinión personal sobre la situación en la que estamos los técnicos en este momento



 

Voy a terminar esta trilogía de artículos al margen de los habituales hablando de lo que ocurre, a mi parecer, con la situación general (y la deportiva en particular).

Desde mi punto de vista, creo que estamos atravesando una etapa en la que estamos gobernados por la mediocridad. En el área de la toma de decisiones sobre los aspectos fundamentales que deben guiar las políticas de gestión, los responsables son una clase política que ha llegado a puestos de élite sin la preparación, ni la categoría suficiente. No  es una descalificación porque pienso que le ponen toda su buena voluntad, es simplemente, que no saben hacerlo mejor. La clase política (y englobo a “toda” la clase política sin distinción de siglas ni banderas), se ha sustentado en grupos de jóvenes que han hecho de la política su forma de vida, es decir, han entrado en las juventudes del partido y se han ganado puestos de responsabilidad siendo “buenos chicos” para los superiores, pegando carteles y ascendiendo desde puestos de gestión básicos. El resultado lo podemos observar en los actuales dirigentes que poseen un curriculum de gestión amplísimo (cargos en las juventudes, concejalías de ayuntamientos pequeños, cargos del partido, direcciones generales etc), es decir, un bagaje de responsabilidad, toma de decisiones, habilidades sociales, intriga política…. El problema es que carecen de formación técnica y humanística (tenemos ejemplos de sus patinazos culturales y lingüísticos en todas las hemerotecas), sin embargo, están revestidos del “halo” del poder. 

Este grupo social suele integrarse por narcisistas con buenas habilidades sociales a las que el ejercicio del poder promociona su egocentrismo generando poca flexibilidad en la toma de decisiones y ausencia total de asesoramiento y consenso. Choca esta situación con la enorme cantidad de asesores de los que se rodean, pero si nos fijamos, en realidad no son asesores técnicos, sino elogiadores y vividores excepcionalmente hábiles en aplaudir a su jefe y rodearle de juicios de valor ausentes de crítica. El resultado son decisiones basadas en el juicio de una persona con poco nivel intelectual jaleadas por un coro de lisonjeadores.

Esta situación choca frontalmente con los conceptos de liderazgo en cualquier grupo social, en donde se valora al jefe por su capacidad de respetar, valorar los aspectos positivos y elogiarlos en sus empleados, escucharles (consensuar con sus órganos de representación),crear espíritu de grupo, dar la cara por ellos y asumir plenamente la responsabilidad. Pensemos en nuestros líderes y comparemos su actuación con la de un jefe auténticamente líder.
No es extraño, por tanto, que se produzca la desafección que todos tenemos en este momento en que una grave crisis económica (más bien de sistema), nos ha golpeado. No vemos consenso (al contrario, se gobierna con rodillos parlamentarios), no hay autocrítica ni se toman decisiones colegiadas (más bien podríamos decir que se gobierna en contra de todas las decisiones técnicas de los colectivos profesionales como economistas, juristas, médicos…). Se ocultan las responsabilidades en aforamientos y descalificaciones. No se escucha al adversario ideológico, ni a los colectivos sociales ni empresariales. El poder no está firme, no se sustenta en decisiones sólidas, se oculta, tiene miedo y como perro miedoso, muerde…

En democracia, una mala decisión de voto se castiga en la votación siguiente con un cambio de Gobierno, pero cuando no tienes alternativa llega el desánimo, la generalización… Todos los políticos son corruptos o ineptos, o….. En USA, la democracia ha generado una solución. Los grandes partidos están tan sometidos como los nuestros a la misma mediocridad, pero tienen una prensa crítica y fuerte (capaz de hacer caer a un Presidente), una justicia independiente. Los senadores están más cerca del pueblo, reciben a los ciudadanos y tienen una clara vocación de representación de sus votantes (a veces incluso por encima de la disciplina de partido). En nuestro Congreso de los Diputados resulta curioso escuchar como un congresista defiende una idea (sabiendo de antemano que la oposición ni siquiera le escucha porque el que decide el voto es un miembro del partido designado). No hablemos de la Ley de transparencia (tarde mal y nunca), del aforamiento generalizado, de las prevendas económicas (sueldos, dietas, pensiones…), de los indultos sin explicación (saltándose el poder judicial a la torera), de la gestión del poder (llamadas a amigos, tarjetas…). 

Y todo esto en un país que ha tenido grandes hombres que han sido capaces de entregar su vida por sus ideas, por una sociedad más justa y solidaria, por la libertad… Si esos grandes hombres tuvieran ahora veinte años ¿Estarían afiliados a algún partido político?

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