El conocimiento científico



A veces siento envidia de otros colegas que trabajan en ciencias aplicadas, basadas en las matemáticas. Cuando trabajas con matemáticas aprendes una lengua diferente y no sigues líneas intuitivas y sensoriales, de hecho, los sentidos nos limitan porque están hechos para funcionar en nuestro pequeño mundo animal y nos engañan si nos salimos de la estrecha función para la que están diseñados. Decía Eugene Wigner que las matemáticas tienen una utilidad irracional en el universo porque las inventamos nosotros, no las descubrimos mediante la observación de nuestros sentidos.

Los que nos dedicamos a la biología (humana en mi caso), somos unos pioneros avanzando por un mundo complejo con herramientas mínimamente eficaces. La biología es una ciencia juvenil comparada con la física (dice Richard Dawkins) y eso me causa una envidia tremenda. 


Si al menos fuéramos a la par en todas las ciencias, seríamos tan modestos que estaríamos cuestionándolo todo y por ello, seríamos más cautos. Por el contrario, nuestros descubrimientos sobre el universo y las leyes de la física, nos hacen ser prepotentes en otras áreas de la ciencia en donde estamos, aún, muy atrasados. Este razonamiento es la base que justifica que haya tal profusión de las llamadas “medicinas alternativas” y que cosas como la homeopatía, que desafía una de los principios de la química como es el número de Avogadro, tenga, incluso, rango universitario impartiéndose “Master” y demás constructos sobre una teoría no demostrable. 


El caso es que en el área de mi ocupación, la nutrición del deportista, estas cuestiones se vuelven predominantes, hasta el punto que el oscurantismo, la charlatanería y la alternativa al conocimiento científico son la norma. Basta un artículo publicado sobre una observación para montar una empresa que se dedica a vender un carbohidrato que no provoca respuesta insulínica. Apenas unos estudios avalan la capacidad anabólica de compuestos que se publicitan como la respuesta natural a los esteroides anabolizantes, llamándoles “inductores hormonales”. Se hacen congresos sobre la mejor bebida para los deportistas, sin decir lo que realmente ocurre, que la bebida se diseña para un deporte en particular, que dura un tiempo en particular y que no sirve en absoluto para el resto de prácticas deportivas.


Me descorazona observar que un argumento serio y riguroso, basado en estudios científicos, publicados y contrastados, tiene la misma difusión pública y valoración que decenas de panfletos sin rigor, patrocinados por la industria y remodelados por el marketing publicitario de las grandes empresas. Tengo decenas de ejemplos que me han surgido como anécdotas a raíz de ayudar a mi hijo creando una empresa basada en vender tan solo productos basados en argumentos mínimamente demostrables y fabricados por empresas controladas y con certificaciones técnicas rigurosas. Es igual que vendas solo una marca de DHA (un ácido graso n3) que además has estado investigando personalmente durante diez años y cuyas investigaciones han merecido un premio en un Congreso Mundial de Medicina Deportiva, al final te piden la marca X porque les suena mejor, tiene una publicidad más atractiva o yo que sé… Hace poco me preguntaba una señora por qué no vendíamos un DHA obtenido del Krill por una empresa nórdica si, tal como me decía ella, era la fuente perfecta, la más fisiológica y, además, fabricada por una potente empresa que, lógicamente, debería tener los mejores medios de obtención, procesado y fabricación. De nada le sirvió que le explicara que habíamos hecho estudios en la membrana de hematíes para ver la absorción y que no se absorbía apenas…. ¡Cuánto me hubiera gustado enseñarle una demostración matemática irrebatible! El caso es que en biología aún no es posible, pero: ¿Significa eso que sea menos científica?

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