La cronicidad liquidará nuestra sanidad pública



Nuestra sociedad valora a la profesión médica. Están en las películas norteamericanas, en esos grandes hospitales, con habitaciones individuales plenas de lujo y confort, cables, goteros, aparatos monitores etc. Llevan esas americanas casi de etiqueta, con el fonendo en un bolsillo y montones de bolígrafos. Aparecen en esos quirófanos que parecen extraídos del futuro, todo robótico y complicado.


En nuestro país, las habitaciones son dobles, los hospitales no son tan lujosos, pero casi, casi llegan a asomarse a esa sensación de complicación, dificultad y precisión. Son los valedores de nuestra salud, los que nos salvarán cuando la situación se ponga fea.


La prensa regional está permanentemente atenta a la situación en los pasillos de nuestros hospitales, en los boxes de urgencias y en las listas de espera de consulta. Rápidamente son noticia las camas en los pasillos o la atención desbordada en días de colapso. Todos nos movilizamos para pedir más recursos, más medios y sobre todo, más dinero para nuestra sanidad.


Sin embargo, la realidad es muy diferente. Nuestros hospitales son geriátricos donde llevamos a nuestros ancianos en sus últimos días, para sacarle unos meses más de penoso mantenimiento del hilo de vida. Nuestra técnica de precisión nos lleva a poner prótesis en articulaciones deterioradas y envejecidas, a llenar de stent las coronarias endurecidas en el último tramo de nuestra vida. Ahí van a parar los ingentes recursos sanitarios. A la cronicidad, al deterioro irreversible, a prolongar la vida sin importarnos la calidad de esa vida. 

En las últimas 2 décadas la hipertensión pasó de afectar al 11,2% de la población adulta al 18,5%, la diabetes del 4,1% al 7% y el colesterol alto del 8,2% al 16,4%. Tengamos en cuenta, al respecto, que sin adicciones, con una dieta adecuada y ejercicio físico intenso, esas patologías serían anecdóticas. Hablamos de cifras de gasto escalofriantes, ya que según el Informe Cronos, en 2020 necesitaremos unos 28.000 millones de € adicionales a los 50.000 millones dedicados en 2011 a la gestión de crónicos.




Nuestro miedo es nuestro enemigo, ya que si esos recursos se destinaran a enseñarnos a ser nuestros propios garantes de salud, nuestra vida sería mucho más saludable.


No es más sesudo, estudioso y sabio el médico rodeado de aparatos complicados, equipos complejos y materiales caros y sofisticados. A veces es más tedioso y más duro estar al nivel de los conocimientos e investigaciones alejados de la información sesgada y oportunista y pertenecer a ese grupo de profesionales eternamente insatisfechos, curiosos y constantemente insatisfechos. 


Sabemos, ahora, muchísimo más que nunca cómo podemos prevenir muchísimas dolencias y enfermedades. Tenemos ideas muy claras de lo que hemos hecho mal en los últimos decenios en nuestra alimentación, en nuestros hábitos y en las sustancias que inocentemente ingeríamos.


Dejemos a los gestores cambiar todo el sistema. Darle un río de recursos a la prevención, a la recuperación de las enfermedades agudas para evitar la cronicidad. Castiguemos la industria manipuladora y enfermiza. Seamos valientes y pongamos impuestos feroces a todo lo que nos hace enfermar. 


Ya sé que es una utopía… Ningún gestor se enfrentará a la ira popular cuando disminuyan los recursos destinados a la medicina  de cartel, a la medicina de fachada. Quizás haga falta que se organicen asambleas de debate, que se conciencie a los medios de comunicación y a los ciudadanos de que el éxito no es tener un fantástico hospital, sino no necesitarlo más que para la urgencia, el trauma o la enfermedad imprevisible.

Es posible que una generación tengamos que sacrificar nuestra cantidad de vida penosa, mientras aprendemos que es muy digno y humano dejar la vida en nuestra casa, rodeado de nuestros familiares, y no lleno de tubos en un gran hospital. A lo mejor, alguien debe decirle al paciente de 78 años, obeso y sedentario, que está cuatro meses en lista de espera para una prótesis de rodilla, que empiece a hacer ejercicio, que disminuya el peso y que luego vuelva a valorar si someterse a una artroplastia. 

No es más revolucionario quien se queja constantemente de las cifras de las listas de espera de consultas y cirugía sin considerar la falacia de muchas de estas esperas, como la de las blefaroplastias (caída del párpado), un problema estético, sin más, o la de los precedimientos de diagnóstico por la imágen en una gran parte evitables con un buen estudio clínico, o incluso, el abuso de procedimientos de dudosa eficacia que colapsan el sistema, como el sobrediagnóstico en el cribado mamográfico regular, por ejemplo.

Y si queremos exponer el máximo de lo absurdo, hablemos del escándalo que supone
la abusiva prescripción y administración de psicofármacos a personas ancianas ingresadas en residencias geriátricas, en las que, en demasiadas ocasiones se mezcla el criterio terapéutico con las razones de conveniencia, es decir, para controlar o mantener al anciano con menor esfuerzo (falta de personal cuidador) y no para su beneficio (https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5634074)



No digo que no se invierta más en sanidad, ni entro en valoraciones sobre la gestión de nuestras autoridades estos años, rescatando bancos o inmersos en una corrupción que nos ha hecho tanto daño. Al contrario, opino que hay que hacer un mayor esfuerzo inversor, pero hay que darle la vuelta al sistema y conseguir revertir lo que ningún colega técnicamente me discutirá. Con entradas de dinero a mansalva todo el mundo es capaz de gestionar. El buen gestor es el que es capaz de priorizar el destino de esos recursos, y si nadie me convence de otra cosa, medidas como la educación dietética en la infancia, el control serio de hábitos tóxicos en la adolescencia y el ejercicio físico terapéutico, son enormemente rentables, tanto económicamente como en calidad de vida de los ciudadanos.


Todos entenderán que es muchísimo más razonable poner a un paciente ingresado con una cardiopatía isquémica, una vez superada su situación aguda, en manos de equipos pluridisciplinares con médicos, dietistas, entrenadores, psicólogos y educadores. En sus manos, podrá cambiar el estilo de vida tóxico que le ha llevado a la patología cardíaca. La otra alternativa (la que se hace ahora) es dejarle progresar a una insuficiencia cardíaca que le va a llevar a una pésima calidad de vida, con frecuentes visitas al médico de familia, elevados gastos farmacéuticos y frecuentes ingresos hospitalarios. Hacen falta muchos recursos para hacer frente a esos gastos. Seamos valientes, cambiemos los modelos, aunque nos cueste afrontar momentos duros, de deshabituación a la comodidad del medicamento gratis y el hospital para todo.


Ejemplos de este tipo se pueden poner en las enfermedades más frecuentes en la actualidad, ya que muchas de ellas se forjan en la falta de una educación sanitaria, adicciones toleradas (como el alcohol y el tabaco), hábitos dietéticos nefastos, sedentarismo etc.


¿Y si los trastornos mentales se abordaran desde la perspectiva de la atención inmediata en fase aguda, pero una vez superada, pasaran a una pléyade de recursos sociales, psicólogos, asistentes sociales, y pacientes expertos? ¿Y si se integrara lo antes posible al paciente en pisos protegidos y se les proporcionaran trabajos controlados? Claro, es más fácil darle esos recursos económicos a las farmacéuticas y tener a los pacientes sedados crónicamente. 


No hay ministro de sanidad que solucione el problema sanitario actual, sea del signo político que sea, porque lo que la sanidad pública necesita, es un valiente que nos diga a todos lo que no queremos oir y eso, no lo hará nadie que quiera mantener su puesto.

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